Friday, March 13, 2009
Un mundo feliz
Donde el hombre tiene sus derechos y nada más. Donde la mujer tiene sus derechos y nada menos.
Los espectadores
por Denisse Dresser
País sentado en la banca. En las gradas. Contemplando lo que le sucede a sus mujeres, día tras día, año tras año, década tras década. En las casas y en las calles. En las oficinas y en las fábricas. En Ciudad Juárez y en el estado de México. En la mirada lasciva que el senador Manuel Bartlett posa sobre la parte posterior de una edecán. En las decisiones increíbles de la Suprema Corte que lo avalan. Mujeres subestimadas, acosadas, hostigadas, golpeadas, violadas, asesinadas.
Decenas de depredadores y decenas de ciudadanas que los padecen. Mientras México mira. Mientras los ministros Aguirre Anguiano, Luna Ramos, Ortiz Mayagoitia, Sánchez Cordero y Díaz Romero contemplan. Mientras el país entero come cacahuates y trata a sus mujeres como tales.
Porque es tan común. Porque es tan normal. Porque es tan "poco grave". Pensar que las mujeres son algo -no alguien- que puede ser usado y humillado. Algo que puede ser acariciado a tientas en el Metro y golpeado en la casa. Algo que puede ser acosado en las oficinas de un magistrado y no recibir sanción por ello. Algo que se lo buscó por usar la falda tan arriba y el escote tan abajo. Algo que disfruta -aunque lo niegue- cuando su jefe le pregunta "de qué lado de la cama le gusta acostarse". Un objeto sin derechos esenciales que la ley no necesita proteger. Como en tiempos cavernícolas y tiempos prehispánicos y tiempos autoritarios y tiempos democráticos. Todos los tiempos son buenos para maltratar a una mujer en México. Todos los tiempos son buenos para evadir un castigo por hacerlo.
Eso dice la mayoría de la Suprema Corte cuando exonera -hace unos días- al magistrado Héctor Gálvez Tánchez, acusado de hostigamiento sexual. Acusado por preguntarle a su personal femenino "qué parte del hombre le gustaba"; por decirle que tenía "un tic como si aventara un beso"; por pedirle que usara minifaldas "porque así le gustaba verla"; por exigirle que lo saludara de beso porque, de lo contrario, "era muy vengativo y no sabía de lo que era capaz"; por invitar a sus empleadas a cenar y amenazarlas con el despido si se rehusaban. Una y otra vez. En un puesto tras otro. En una oficina privada tras otra. De un juzgado a otro. Hasta ser cesado por el Consejo de la Judicatura Federal y exonerado recientemente por la Suprema Corte. Porque su conducta no le pareció "grave". Porque se merecía una sanción más leve. Porque en México -sugieren los ministros- el acoso sexual no es un crimen. No es un delito. No es una preocupación siquiera.
Tan es así, que para la mayoría de los ministros de la Suprema Corte, el magistrado acusado es tan sólo un hombre bromista y besucón. Tan es así que la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación no contempla el acoso sexual como una conducta condenable. Para el gobierno mexicano, no es "grave" que un servidor público asedie física o verbalmente -con fines sexuales- a un empleado. No es "grave" que se valga de su puesto para hacerlo. No es "grave" que abuse de su poder para conseguirlo. No es "grave" que se valga de su posición jerárquica para ocultarlo. Y por ello, el abuso existe. En la burocracia y en los juzgados y en las escuelas y en las calles y en el Congreso. En la fotografía que capta a Manuel Bartlett comportándose como tantos hombres mexicanos lo hacen. Como si la mujer parada frente a él fuera su propiedad.
Y por ello persisten las cifras que conmueven. Los datos que desesperan. El perfil de un país que exalta a las mujeres en el discurso, pero las minimiza en la realidad. La actitud de una nación que no protege como debiera a la mitad de su población. El lugar donde 95 por ciento de las trabajadoras reportan haber sido víctimas de acoso sexual. Donde durante 2004, 106 mujeres fueron asesinadas en el Distrito Federal y en 32 por ciento de los casos, el responsable fue su propia pareja. Donde 1 de cada 3 mujeres vive violencia doméstica. Donde cada 9 minutos una mujer es víctima de violencia sexual. Donde ocurren 5 violaciones por minuto. Donde los ojos amoratados y los labios partidos y los huesos rotos son parte de la vida cotidiana. La rutina conocida. La realidad tolerada.
Esa realidad propiciada por personas -como los cinco ministros de la Suprema Corte- que deberían pensar diferente pero no quieren o no pueden. Apoyar a las mujeres. Respetarlas. Educarlas. Tomar decisiones que las beneficien. Asumir responsabilidades no sólo de género sino de condición humana. ¿Por qué para la Suprema Corte es tan fácil desechar las candidaturas independientes y tan difícil entender que a las mujeres no les gusta ser acariciadas sin su consentimiento? ¿Por qué condena a poetas pero no a acosadores sexuales? ¿Por qué es tan complejo para los ministros comprender que a las mujeres no les gusta que su jefe use la cama para condicionar el empleo? ¿Por qué Olga Sánchez Cordero dice "queremos el poder" en la conmemoración del sufragio femenino, y luego no usa el que tiene para ayudar a las mujeres de México? Lo único que se oye fuerte y se escucha lejos de su participación aquel día es el silencio. El pesado silencio de quien posee la capacidad para hablar en nombre de las mujeres, pero prefiere no hacerlo.
Todos los días en México alguien acosa sexualmente a una mujer. Alguien golpea a una mujer. Alguien viola a una mujer. Alguien deja de educar a una mujer. Y todos los días, millones de mexicanos permiten que eso ocurra. Permanecen sentados, presenciando a los políticos y sus evasiones, a los jueces y sus justificaciones, a la Suprema Corte y sus claudicaciones. Contemplando a los hombres que tratan a las mujeres como el número dos de la raza humana. Mirando a través de sus lentes oscuros como si sólo fueran espectadores de algún tipo de deporte nacional. Desviando la vista de acosadores como el magistrado Gálvez Tánchez. Cuidando su propia vida sin querer involucrarse. Sin participar. Sin exigir. Cómplices voluntarios.
Hoy la mira del país está puesta en los políticos. En los partidos. En los abusos que ambos cometen. En la baja calidad de la democracia mexicana y cómo mejorarla. Pero esa agenda pendiente trasciende a los hombres y a sus pequeños pleitos. Abarca más que las reglas del juego electoral y su transformación. Incluye más que las reglas del financiamiento público y su reconsideración. Va más allá de las marrullerías de Arturo Montiel y las mentiras de Roberto Madrazo. La profundización de la democracia mexicana también pasa por la reconfiguración del mapa mental de su población. Ese mapa mental que le asigna a las mujeres de México un lugar inferior. Una nota de pie de página. Un apéndice.
La evolución de la democracia mexicana tiene que ver con las expectativas que los padres mexicanos tienen de sus hijas. Tiene que ver con la manera en la cual los ciudadanos del país se tratan unos a otros, independientemente de su género. Tiene que ver con una forma de pensar. Con una forma de participar, de bajar de las gradas y ayudar. De denunciar el acoso sexual y exigir su penalización. De fustigar la violencia contra las mujeres y demandar su erradicación. De decir que un golpe a una es un golpe a todas. De educar a una niña para que sepa que puede ser presidente de México, aunque ojalá aspire a algo mejor. De donarle dinero al grupo Semillas e invertir en mujeres que invierten en mujeres. De pensar que las mujeres son ciudadanas y deben ser tratadas como tales. De construir una verdadera República donde los hombres tienen su derechos y nada más. Donde las mujeres tienen sus derechos y nada menos.
Y uno de ellos es el derecho de decir "no". El derecho a denunciar a acosadores sexuales como el magistrado Gálvez Tánchez. El derecho a saber que serán sancionados. El derecho a preguntar, como lo hace el ministro Juan Silva Meza cuando vota contra su exoneración: "¿Con qué autoridad moral habrá de juzgar el magistrado a quienes cometan el mismo delito?" El derecho a decir que lo aceptable es inaceptable. El derecho de "convertirse en lo que se es", como diría Rosario Castellanos. Una persona que se elige a sí misma. Que derriba las paredes de su celda. Que niega lo convencional. Que estremece los cimientos de lo establecido. Que alza la voz contra el país de espectadores. Que logra la realización de lo auténtico. Mujer y cerebro. Mujer y corazón. Mujer y madre. Mujer y esposa. Mujer y profesionista. Mujer y ciudadana. Mujer y ser humano.
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