Friday, June 24, 2011

El monje y el samurai

Les comparto esta reflexion aprendida en mi clase de Coaching.

Un monje va caminando cuando de pronto se encuentra con un samurai que guardaba el camino. El samurai le pone la espada al cuello y le pregunta:
-Quien eres?
-A donde vas?
-Por que vas alli?

El monje se toma un momento y le pregunta: Cuanto te pagan por cuidar el camino?
El samurai contesta: 1 saco de arroz al mes
El monje responde: Yo te pagare 3 sacos de arroz para que me hagas las mismas preguntas cada mes.

Monday, June 6, 2011

A mis amigos / To my friends

Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.


You Should Date An Illiterate Girl (Charles Warnke)

Date a girl who doesn’t read. Find her in the weary squalor of a Midwestern bar. Find her in the smoke, drunken sweat, and varicolored light of an upscale nightclub. Wherever you find her, find her smiling. Make sure that it lingers when the people that are talking to her look away. Engage her with unsentimental trivialities. Use pick-up lines and laugh inwardly. Take her outside when the night overstays its welcome. Ignore the palpable weight of fatigue. Kiss her in the rain under the weak glow of a streetlamp because you’ve seen it in film. Remark at its lack of significance. Take her to your apartment. Dispatch with making love. Fuck her.

Let the anxious contract you’ve unwittingly written evolve slowly and uncomfortably into a relationship. Find shared interests and common ground like sushi, and folk music. Build an impenetrable bastion upon that ground. Make it sacred. Retreat into it every time the air gets stale, or the evenings get long. Talk about nothing of significance. Do little thinking. Let the months pass unnoticed. Ask her to move in. Let her decorate. Get into fights about inconsequential things like how the fucking shower curtain needs to be closed so that it doesn’t fucking collect mold. Let a year pass unnoticed. Begin to notice.

Figure that you should probably get married because you will have wasted a lot of time otherwise. Take her to dinner on the forty-fifth floor at a restaurant far beyond your means. Make sure there is a beautiful view of the city. Sheepishly ask a waiter to bring her a glass of champagne with a modest ring in it. When she notices, propose to her with all of the enthusiasm and sincerity you can muster. Do not be overly concerned if you feel your heart leap through a pane of sheet glass. For that matter, do not be overly concerned if you cannot feel it at all. If there is applause, let it stagnate. If she cries, smile as if you’ve never been happier. If she doesn’t, smile all the same.

Let the years pass unnoticed. Get a career, not a job. Buy a house. Have two striking children. Try to raise them well. Fail, frequently. Lapse into a bored indifference. Lapse into an indifferent sadness. Have a mid-life crisis. Grow old. Wonder at your lack of achievement. Feel sometimes contented, but mostly vacant and ethereal. Feel, during walks, as if you might never return, or as if you might blow away on the wind. Contract a terminal illness. Die, but only after you observe that the girl who didn’t read never made your heart oscillate with any significant passion, that no one will write the story of your lives, and that she will die, too, with only a mild and tempered regret that nothing ever came of her capacity to love.

Do those things, god damnit, because nothing sucks worse than a girl who reads. Do it, I say, because a life in purgatory is better than a life in hell. Do it, because a girl who reads possesses a vocabulary that can describe that amorphous discontent as a life unfulfilled—a vocabulary that parses the innate beauty of the world and makes it an accessible necessity instead of an alien wonder. A girl who reads lays claim to a vocabulary that distinguishes between the specious and soulless rhetoric of someone who cannot love her, and the inarticulate desperation of someone who loves her too much. A vocabulary, god damnit, that makes my vacuous sophistry a cheap trick.

Do it, because a girl who reads understands syntax. Literature has taught her that moments of tenderness come in sporadic but knowable intervals. A girl who reads knows that life is not planar; she knows, and rightly demands, that the ebb comes along with the flow of disappointment. A girl who has read up on her syntax senses the irregular pauses—the hesitation of breath—endemic to a lie. A girl who reads perceives the difference between a parenthetical moment of anger and the entrenched habits of someone whose bitter cynicism will run on, run on well past any point of reason, or purpose, run on far after she has packed a suitcase and said a reluctant goodbye and she has decided that I am an ellipsis and not a period and run on and run on. Syntax that knows the rhythm and cadence of a life well lived.

Date a girl who doesn’t read because the girl who reads knows the importance of plot. She can trace out the demarcations of a prologue and the sharp ridges of a climax. She feels them in her skin. The girl who reads will be patient with an intermission and expedite a denouement. But of all things, the girl who reads knows most the ineluctable significance of an end. She is comfortable with them. She has bid farewell to a thousand heroes with only a twinge of sadness.

Don’t date a girl who reads because girls who read are the storytellers. You with the Joyce, you with the Nabokov, you with the Woolf. You there in the library, on the platform of the metro, you in the corner of the café, you in the window of your room. You, who make my life so god damned difficult. The girl who reads has spun out the account of her life and it is bursting with meaning. She insists that her narratives are rich, her supporting cast colorful, and her typeface bold. You, the girl who reads, make me want to be everything that I am not. But I am weak and I will fail you, because you have dreamed, properly, of someone who is better than I am. You will not accept the life that I told of at the beginning of this piece. You will accept nothing less than passion, and perfection, and a life worthy of being storied. So out with you, girl who reads. Take the next southbound train and take your Hemingway with you. I hate you. I really, really, really hate you.

Thursday, June 2, 2011

Recordando a German Dehesa

Magnolias de Acero - por Germán Dehesa

La gran novedad de nuestra época es la incontenible irrupción de las mujeres, están imparables y me atrevería a decir que vienen en un plan muy pelado. No necesito decirles que hay un rencor de siglos que ya forma parte de su programa genético. Precisamente por esto repito una vez tras otra que, en este momento de la historia, a los hombres lo que nos corresponde es pactar con las mujeres una rendición honrosa, antes de que literalmente se nos venga el mundo encima.

Si en la negociación conseguimos conservar para nosotros el control de la tele, nos hemos de dar por bien servidos y ya ni llorar será bueno. Agarren lo que se pueda y traten de portarse bien, pues de otro modo perderán lo poquito que hayan pepenado.

Es urgente que los hombres entendamos que las mujeres son insumergibles e indestructibles; son, como las nombra una película no demasiado buena pero dedicada a ellas, ‘Magnolias de Acero’.


Es decir, poseen las aromadas características de una flor, pero también la enorme resistencia del metal; todo lo embellecen y todo lo resisten. Inútil, absurda e inmoral la exacerbación de la violencia masculina contra la mujer. Es una canallada que lo único que esta mostrando es lo amenazado y temeroso que se siente un hombre frente a una mujer que ha decidido mostrarse, aprender, prepararse y asumir su libertad. Mientras mas las golpeemos, más apretara el paso rumbo a su autonomía.


Por siglos las mujeres dependieron del mundo y el sustento masculinos. Existían millones de Scherezadas

que noche a noche tenían que inventarle algo a su sultán particular para ganarse un día mas de vida. Con profunda pena participo al sector masculino que Scherezada ha fallecido.

No habrá que llorarla; habrá que festejar el advenimiento de una mujer a la que no le interesa ser esclava, sino que ha preferido ‘ser’ y esto implica cultura, mundo, audacia, proyecto de vida y total ausencia de temor a la soledad, esa que todavía hace algunas décadas, era el fantasma que aterrorizaba a las mujeres. Ya no. Ahora ellas deciden lo que quieren ser, como quieren ser y con quien quieren ser. Ahora de modo incontenible, vienen ocupando espacios en la vida pública que por tanto tiempo les estuvo vedada. La independencia y la seguridad que han adquirido les permiten mostrar sus enormes dotes para la planificación, para el manejo organizado de la economía, para el uso sensato de la autoridad y para la negociación tersa de los diferendos nacionales e internacionales que siempre surgen en la vida pública.

Ni modo, muchachos: ahora nos toca descansar y tejer.

¿Quieres acercarte a una magnolia de acero? tendrás que aprender y practicar las únicas ‘debilidades’ de las mujeres. Son tres: la ternura, la libertad para reír francamente o llorar sin recatar su pena y la absoluta disponibilidad ante la belleza. Estos y no la violencia son los únicos caminos legítimos para llegar al corazón de la mujer.

Tiempo que perder, el florecimiento de la mujer implica el del mundo y el de nosotros. No temas florecer.